- ¿Puedo contarle otra historia, bibi sahib?
- Claro que sí. -Se oyó el chasquido del mechero y el humo flotó hacia mí desde atrás.
- Bueno, pues en Shadbagh tenemos un ulema. Todas las aldeas tienen uno, claro. El nuestro se llama Shekib y conoce montones de historias. No puedo decirle cuántas sabe. Pero siempre nos ha dicho una cosa: que si le miras las palmas a un musulmán, no importa en qué parte del mundo, verás algo asombroso. Todos tienen las mismas líneas. ¿Y qué significa eso? Pues significa que las líneas de la mano izquierda de un musulmán forman el número arábigo ochenta y uno, y de la mano derecha el número dieciocho. Réstele dieciocho a ochenta y uno, y ¿cuánto da? Pues sesenta y tres. La edad del Profeta cuando murió, que la paz sea con Él.
Me llegó una risita.
- Pues resulta que, un día, un viajero que iba de paso se sentó a compartir una comida con el ulema Shekib, como dicta la costumbre. El viajero oyó esa historia, pensó un rato y luego dijo: <<Pero ulema sahib, con el debido respeto, en cierta ocasión me encontré con un judío, y le juro que sus palmas tenían las mismas líneas. ¿Cómo explica eso?>> Y el ulema contestó: <<Entonces ese judío era en el fondo de su alma un musulmán>>.
Y las montañas hablaron
Khaled Hosseini
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